
El viento que cruza las calles es demasiado poderoso como para resistirle tras las ventanas.
Así que salgo sin ruedas y camino pisando hojas de otoño.
El viento me barre la memoria y hace los polvos del deseo y sueño esparcirse por la realidad, por este mismo instante que pasa, hasta que no sé distinguir entre lo que vivo, todo lo que viví, toda la gente que ayudó a construirme y a quien ayudé a construirse.
Los lugares, músicas, voces, colores, emociones, palabras, sorpresas, olores, la lucha, ese otro a que llaman amor, el frío y el calor, los amigos muertos, los increíblemente vivos.
Paso por esa plaza para comprobar si aún duele, y si, duele, pero hoy el viento me recuerda quien soy. Y me quiero un poco más.
Por todas las huellas que los demás dejaran en mi y yo dejé en ellos, por toda la fuerza y amor que llevo dentro y que definitivamente sirven para algo y no quiero volver a avergonzarme de ello. No por sentir, por decirlo, por ser impulsiva, perder el orgullo, ser rechazada y por ser marciana.