sábado, 2 de octubre de 2010

Presencia


Como casi siempre en los últimos tiempos, las conversaciones importantes las tengo por teléfono. No por pereza o timidez, pero si por la imposibilidad de la presencia física. Aquellos con quien hablo profundamente, están lejos, en kilómetros.

Me llamó tarde (me gusta, porque me recuerda que hay gente despierta, pensando, y que encima se acuerda de mi), me preguntó por Laura y le conté que la estoy enseñando a leer. La primera palabra que leyó sola fue “agua”. Jamás olvidaré su expresión de felicidad orgullosa y sorprendida al descubrirse capaz de deshacer el entramado de las letras.

-Y tu? Como estás tu? Me preguntó.Es alguien que me conoce desde la época de adolescente problemática, así que el “bien, y tu?” ni cola, ni está permitido.

No me acuerdo como arranqué, pero he tendido el largo hilo de las emociones que tengo enredado. Me escuchó hasta que yo me callé por inercia.

-Tu eres fuerte- me dijo – muy fuerte, has construido muchas veces y das una cantidad de amor que hace los demás sentirse sorprendentemente vivos, porque no dejas que se vea la fragilidad romántica y hermosa que llevas dentro?

Le dije que tenía miedo del dolor y que cada vez que enseñaba la puñetera fragilidad, el efecto era dolor.

- Pues por primera vez en tu vida, no hagas nada, no enseñes nada. Descansa y para, simplemente.

Cuando colgué el teléfono, había un rastro de mi amigo por todo el piso. Como si la serenidad hubiera posado en los libros, en el suelo, en mis zapatos y en las fotos colgadas, como una fina capa, parecida a la arena del desierto después de una tormenta. Parar, dejar que la vida venga a mi encuentro y no tirarme contra ella como si fuera un luchador de sumo.

Y la ausencia se hace presencia.

http://www.youtube.com/watch?v=Tu9HPz__3ys&feature=fvw

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