jueves, 11 de junio de 2009

De espadas y otros corazones.


Norma decía que yo tenía “corazón de pollo”. Pero bueno, ella es mexicana...
Cambiábamos una moneda de diez dirhams por otras relucientes diez.
Las alineábamos sobre la mesa, por entre las tazas de café.
Así, estábamos preparadas para distribuirlas, cuando vinieran ellos.
Me sentía una turista buscando la consciencia tranquila.
Me sentía pequeña y inútil.

A la séptima moneda, me tembló la mano.
Ella olía exageradamente a Azahar. La boca pintada de rojo-lucha y, la mirada en desafío.
Guerrera cansada.
La profesión más vieja del mundo en una cultura milenaria...

Sentí un inmenso respecto por esa guerrera que vivía orgullosa y herida de muerte en un País de dragones.
Seguro que llevaba una espada en el lugar del corazón.

Y no, no me he sentido una europea con suerte, porque las penas de los demás no me vuelven conformista.
Nosotras, las europeas, también llevamos una espada.
Pero, a veces, parece que nos olvidamos de cómo manejarla, sea a través de la mirada, las palabras, o, los actos.

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