
La mañana es brillante después del llanto que ayer cayó del cielo.
Hoy no tengo el dulce despertar de mi hija – Mami, tienes sueño? Puedo saltar en tu cama? – que suele sacarme de la compañía de Morfeo.
Sus pelos me hacen cosquillas en la nariz y su sonrisa se estabiliza a 2cm de mi cara.
Bueno, pero hoy no la tengo y quizá el destino (y nuestra intervención en el) sea sabio y el hecho de regalarme tiempo para mi, sea eso mismo, un regalo.
El desayuno es perezoso, la ducha más aún, y después la bici. Deslizo por el barrio, entre la gente que tiene pensamientos secretos para los demás, tal como yo.
Calles mojadas, cristales rotos de la noche anterior, olor a especias, turistas intentando cristalizar momentos.
Ruedo hasta el mar, donde me gusta perder la mirada. Disfruto de un cigarrillo y del sol en mi piel mientras envidio los veleros atracados en el puerto.
No tengo prisa, aún menos de vivir, y no es porque sea Domingo.
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