Viernes – 9.30h de la mañana. Clase de expresión corporal.
Ejercicio: Dejar que el cuerpo siga la música.
No es lo mismo que bailar, aunque a veces se le parezca. No se busca un resultado estético, sino que funcionen solamente el cuerpo y las emociones.
Vencer la timidez.
Los compañeros de clase observan y yo me quito los zapatos.
Estoy sudando. Sudo, aunque cada vez quepan menos secretos entre nosotros (las dinámicas de grupo de Yolanda aniquilan los miedos inconfesables…)
Pero ellos aún son los “otros”, y yo, un cuerpo con mente y alma.
Respiro hondo. Suena “La Fuerza” de los Facto Delafé y Las Flores Azules.
Cierro los ojos, ellos ya no están, yo tampoco, sólo mi cuerpo que gira como una pelota loca. Me caigo y sigo girando en el suelo sin tocarlo con los pies.No pienso y no soy, sólo siento y estoy. Viva.
Cuando me sento, dando paso a otro, mis piernas aún tiemblan. El corazón, desbocado, me agradece por perder el miedo al ridículo, a los demás, a equivocarse y a caer.
Entre lo mucho que pasa por mi mente a la velocidad del latido, comprendo que los actos de cada uno contienen sus propias razones, aunque sean incomprensibles para todos los demás y que a veces es necesario escoger entre pensar y sentir para no quedarse paralizada.
Comprendo que sentir no es controlable, así que no sirve de nada luchar conmigo misma. Es más honesto echarte de menos.
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