miércoles, 15 de septiembre de 2010

Gafas de piscina

Le dije que se pusiera mis gafas de piscina para cortar cebolla.

Al contrario de lo que suele pasar cuando lo digo, me hizo caso y no me miró como se yo fuera marciana.

Bebimos una Voll-Damm a medias mientras ella picaba cebolla en trozos cada vez más pequeños, tan pequeños como emociones trituradas.

Me dijo: “Porqué no me dice lo que piensa? Porque no quiere hablar conmigo? No sé interpretar un puto silencio, no es más fácil hablar?”

La cebolla se deshacía ya en partículas olorosas.

Le contesté que no, que para algunas personas no es nada fácil hablar, sobretodo de sentimientos, sean ellos cuales sean.

“Sabes qué?” – Soltó el cuchillo y dejó caer los brazos, con las manos de dedos largos abiertas – “No vuelvo a enamorarme. Nunca más”.

La cerveza densa y el sabor de la malta bajaran por mi garganta ayudándome a tragar la estratopausa y sorbí el olor del cilantro antes de pasárselo.

“Crees que debería buscarlo? Habrá perdido mi teléfono?”

Le sonreí y dije que no, que si el no la buscaba sería porque no quería encontrarla.

Se sacó las gafas y secó las lágrimas – “Vés? Esta mierda no funciona”.

No es de la cebolla - le dije mientras me reía y la abrazaba – Porque lloras por alguien que ni siquiera sabes como és y que no sabe nada de ti?

Enterró la cabeza en mi hombro y me preguntó porque no la tomaba en serio.

Le dije que no, que estaba equivocada, que la tomaba tan en serio que tenía que reírme, mientras pensaba, que este Verano ha cerrado algunos corazones y que tenía que comprarme unas gafas de piscina nuevas.

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